lunes, diciembre 26, 2016

Esto lo estoy tocando mañana #31 - Big Satan (1997)





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"Some things, no matter how wild and lacking in discipline, just make sense. Big Satan’s sole album, I Think They Liked It Honey, is a perfect example of this. And before you get ahead of yourself, let’s establish what Big Satan is: modern saxophone genius Tim Berne, skronk-guitarist Marc Ducret, and drummer Tom Rainey (I ran out of superlatives, sorry.)

Big Satan ply their trade in the kind of jazz that defies description and quickly divides listeners into those who like improvisatory jazz and those who don’t. Those who don’t are missing out. While improv-based music has gotten a bad rap due to artists who use it as a canvas for laying out their every lick and riff, the best transcend the pure-blowing nature to make music on a different level – free from the constraints of melody and structure, yet interacting in melodic and structured ways that constantly shift and twist. There’s a sense that these players are connecting mentally, as no one is left behind and no one surges ahead – changes are made as a group with no hesitation. The pure joy these players exhibit in their individual playing is obvious from the moment the first notes of “Bobby Raconte une Histoire” skitter out of your speakers.
(...)"


(Tom Johnson - Review completa en http://blogcritics.org/big-satan-i-think-they-liked/)



Mp3@320





lunes, septiembre 12, 2016

Porque me siento rara vol.47 - Melvins








"This record is one of the heaviest, and most hate-filled records of all time. It came out during the heyday of "grunge" started, thanks to ex-Melvins roadie/worshipper Kurt Cobain. This is really not just, or at all, a "grunge" record. It's one of those heavy, but slow songs that makes the listener want to kill everything in sight. The closest band/s I would relate this to is Black Sabbath, or Black Flag, pretty much a mix between both of them. Which is exactly what the Melvins were looking for."

(Más en https://www.ultimate-guitar.com/reviews/compact_discs/melvins/houdini/index.html)



@VBR





martes, agosto 23, 2016

Esto lo estoy tocando mañana #30 - Ornette Coleman (1959)









"Coleman's recording career during the '50s was short, consisting of a mere three albums with Atlantic, but it only took one to make his career legendary. His second album was titled The Question Is Tomorrow! and the saxophonist anticipated titling his third set Focus on Sanity. That wasn't good enough for producer Nesuhi Ertegun, who heard the future in Coleman's off-the-wall improvisations, and he pushed the star to consider the title The Sound of Jazz to Come, a statement answering the "question" posed by the title of the previous work. It was a bold title, and one that proved true. The album created an uproar in the industry, with both critics and performers either praising or lambasting the release with no middle ground. Among the most vocal critics was Miles Davis, who had recently released his iconic Kind of Blue album. Yet Coleman's sound pushed the jazz scene in such a direction that Davis formed his second quintet to reflect the sound pioneered by Coleman and Davis' former trainee, John Coltrane."

(Completo en: http://www.musictimes.com/articles/40718/20150611/ornette-colemans-best-albums-decade-shape-of-jazz-to-come-free-jazz.htm)



@Flac





domingo, agosto 07, 2016

Rescate emotivo vol.7 - Butthole Surfers (1993)








"Having existed at the fringe of unaltered reality for quite some time, Butthole Surfers began their courtship of the supposed mainstream in 1993 with Independent Worm Saloon, mostly due to the groove-driven single "Who Was In My Room Last Night?". Independent Worm Saloon certainly qualifies for one of the most eclectic and varied descents into insanity to catch even the edge of mainstream. The combination of Gibby Haynes, who sounds like the hybrid bastard offspring of a pleasant lounge singer and a lawnmower, the psycho-delic guitar weavings of Paul Leary and the perfectly in place drumming of King Coffey results in a record that is often disturbing while being completely hummable and toe tapping at the same time. The inclusion of bizarre spoken word moments, such as the rather stomach wrenching bit of "Chewin' George Lucas' Chocolate", only furthers the insanity. (...)"

(Review completa en http://www.ssmt-reviews.com/artist/butthole.html)



@Flac





domingo, mayo 22, 2016

Porque me siento rara vol.46 - Bilateral Separation





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"A split channel compilation featuring different sound artists on the left and right channels to be played either alone or simultaneously. In other words, there are technically 20 tracks, not 10. The left most artist and title featured corresponds to the left channel and vice versa."

(Descripción en Discogs)



Mp3@320





sábado, mayo 07, 2016

Esto lo estoy tocando mañana #29 - Prince (1987)








"(...) 
Sign O’ The Times (1987) es la obra maestra de Prince, y es doble. Como para que no queden dudas. Abarca un abanico estilístico tan enorme que es tan imposible de describir como de pronunciar lo fue su símbolo de los 90. Y en la música negra su peso especificó fue equivalente al de What’s Goin’ On de Marvin Gaye o Songs In The Key Of Life de Stevie Wonder, trabajos revolucionarios que impusieron nuevos órdenes y marcaron nuevos rumbos. En Sign O’ The Times, Prince se pone rockero, místico, sexy, mundano, literario e infantil en solo dos discos: traspasa su propio Rubicón a la velocidad del sonido.
(...)"

(Fragmento de "Nuestro amo juega al esclavo", de Sergio Marchi, completa en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/11461-2510-2016-05-07.html)



@Flac


miércoles, febrero 10, 2016

El niño proletario (un cuento de Osvaldo Lamborghini)




Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.

Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.

El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.

En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.

Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.

Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al niño proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.

Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.

¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.

La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.

Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror o por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.

A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.

No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.

Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.

Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.

Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.

Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.

Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: el primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.

Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmemente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.

A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.

Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.

Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.

Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.

-Yo quiero succión -crují.

Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulos-falanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el cuello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.

Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.

Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.

Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:

-Habrás de lamerlo. Succión-

¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.

A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mí crujir.

Era un espacio en blanco.

Era un espacio en blanco.

Era un espacio en blanco.

Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.

Desde la torre fría y de vidrio. Desde donde he contemplado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.

Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.

Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.

-Ahora hay que ahorcarlo rápido -dijo Gustavo.

-Con un alambre -dijo Esteban en la calle de tierra donde empieza el barrio precario de los desocupados.

-Y adiós Stroppani ¡vamos! -dije yo.

Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.


[De "Sebregondi retrocede", publicado en 1973 © herederos de Osvaldo Lamborghini]



domingo, enero 10, 2016

Esto lo estoy tocando mañana #28 - Abraxasaxophonic (2000)




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Smooth Jazz Vagina is the first and last album by Abraxasaxophonic. It was the not-so-secret identity of saxophonist Arrington De Dionyso of Old Time Relijun, where he plays distorted sax over a very loud smooth jazz radio station. Songs #1-2 are the original release, songs #3-7 are bonus tracks. This was released on the N.G.W.T.T. ("Nothing Gets Worse Than This") label.